lunes, 31 de mayo de 2010

Ophelia infernal DESEO

Sus labios están tibios a pesar de que la muerte los beso en repetidas ocasiones. Sus manos siguen igual de grandes, fuertes. Su contacto me sigue excitando a pesar de ser un frio cadáver sobre la mesa.
Le abro los ojos, esos ojos grandes, oscuros, en los que me he ahogado mil veces. Es un cuerpo muy bello cuando está desnudo. Su torso sería perfecto si no fuese porque la putrefacción empieza a cubrirle. Su aroma es muy intenso y cubre cada uno de mis poros. Mi imaginación va más veloz de lo que van mis manos, que le recorren centímetro a centímetro, admirando el cuerpo que un día lleno de vida, me abrazo bajo las estrellas.
La muerte cruzo nuestros destinos.
Ophelia busca un cuchillo con el rascar la podredumbre del cadáver. La nevera que tiene es muy pequeña, y aunque no desea cortar a trozos a su amado para poder conservarlo, sabe que no tiene alternativa.
Pacientemente, arrastra con el filo del cuchillo las moscas, gusanos y los trozos devorados por los insectos. Tiene que limpiarlo en repetidas ocasiones. Una masa viscosa y oscura se adhiere a sus dedos. El hedor narcotiza los sentidos de Ophelia, que se hunde en sus recuerdos mientras trabaja afanosamente el cadáver. Recuerda el contacto de sus brazos rodeándola, la risa. Besa entre lágrimas los restos de su amado, le entreabre los labios e introduce su lengua, moviéndola, saboreando el sabor de la muerte, la amargura de la putrefacción.
Esta noche será el zumbido de tus moscas, el más bello susurro de amor que me dediques. Esta noche, compartirás tus gusanos conmigo.
Ophelia se desnuda sobre el cadáver y lo besa en repetidas ocasiones, contoneándose a ahorcajadas sobre él, manchando sus dedos, sus labios, su sexo, de muerte.
Cuando acaba, sonríe satisfecha. El cadáver que yace bajo sus piernas, sobre la mesa, está caliente. Algunos insectos han muerto aplastados bajo su liviano peso. Ophelia está cansada. Sabe que ha de poner remedio a la putrefacción, o no podrá llevar a cabo su propósito. Se levanta y busca el hacha que uso con el niño. Es un hacha de carnicero, perfecta para cortar
pollos, niños, gatos y demás seres menores. ¿Podrá este instrumento cortar los fuertes brazos de su amado? ¿Y sus piernas?
Hacha en mano, Ophelia arrastra el lamento. Golpe tras golpe, secciona sus miembros. Brazos, cabeza, piernas, torso,…cuando acaba, su rostro está salpicado en sudor y sangre.
Va introduciendo los pedazos en bolsas y guardándolos en la nevera. Al acabar, hay tanta sangre coagulada, que no sabe en qué rincón descansar. Se acurruca en un rincón y duerme. Sus sueños, al igual que sus cabellos, se tiñen de sangre y se oscurecen.

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